Una mañana de un jueves cualquiera de hace, año arriba, año abajo, un par
de milenios, un joven barbilampiño discutía con su padre en la ebanistería que ambos
regentaban. Les acababa de llegar un
pedido con el que, una vez hubiere sido entregado, solventarían, al menos
durante un tiempo, las habituales incertidumbres económicas. Además, consciente
el padre de su pericia, estaba convencido de que su labor satisfaría al cliente
con lo que, si aceptaban ahora, no les faltaría trabajo en el futuro. El joven,
por el contrario, no lo tenía nada claro.
- - Padre, sabe usted que siempre he acatado sus
decisiones, pero en este caso tengo que contradecirle. No podemos aceptar ese
trabajo, hacerlo sería ir en contra de nuestra gente.
- - Ya sé que los romanos sojuzgan a los nuestros. ¿Cómo
no lo voy a saber? No me hace falta recordar más que cómo fue tu nacimiento. Tu madre estaba arrecida de frío en aquel establo. ¿Tienes idea del miedo que
pasamos? Pero, hijo, bien conoces nuestra situación, con las cuatro mesas y
media docena de sillas que nos encargan, apenas nos da para vivir. No podemos
decir que no.
- - No lo tome de esa manera, padre. Solo le digo que lo que
nos piden va a servir para utilizarlo en nuestra contra.
- - No tiene por qué ser así. Las gentes de bien no
tenemos que preocuparnos. Solo tienen que temer los malhechores. Y sin
romanos, sería lo mismo. ¿O crees que sin ellos no habría leyes que castigasen
a los delincuentes?
- - Las habría, pero usted sabe que también castigan a los que se
oponen a la dominación.
- - Lo sé y no quiero que entiendas que estoy de acuerdo, pero esos exaltados
bien podrían dedicarse a trabajar en vez de pasarse la vida soliviantando los
ánimos de los demás y creando conflictos que se nos vuelven en contra. La
política, para los políticos.
- - En cualquier caso, hacer ese trabajo puede
manchar nuestras manos de sangre.
-
Anda, no exageres. Y te digo otra cosa. Si
nosotros no lo hacemos, otros lo harán. Dejarlo pasar no aportaría nada a
nuestro pueblo. Aceptando o no, todo seguiría igual. Ten en cuenta otro detalle,
si decimos que no, nos señalarán y podríamos tener problemas.
Así continuaron padre e hijo toda la mañana. Discutiendo si convendría o
no construir las cruces que el emisario de Poncio Pilatos les había encargado.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-04-2018
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