lunes, 26 de febrero de 2018

FRUSTRACIÓN MAL DIGERIDA

Foto El Norte de Castilla
Raramente nuestras decisiones o nuestras acciones nos afectan solo a nosotros. Lo habitual es que lo que hagamos o dejemos de hacer, lo que nos pase o nos deje de pasar, produzca un efecto en las personas que tenemos cerca. Un hecho cierto que no suele dejar a nadie indiferente; más bien al contrario, ser consciente de ello puede servirnos como estímulo o convertirse en un chantaje. Somos así, ¡qué se va a hacer!, seres sociales que, en este largo proceso evolutivo, hemos sido capaces de llegar hasta aquí porque hemos encontrado soluciones colectivas a los problemas que se han ido planteando. Problemas que, en no pocos casos, han sido provocados por el propio ser humano que no ha encontrado límite para realizar todas las aberraciones imaginables sobre otros humanos. En esta realidad colectiva se asientan las reflexiones sobre el concepto y el sentido de la ‘libertad’. Si lo que hiciésemos no afectase a nadie, la libertad no tendría ni término que se refiriese a ella, no haría falta.
Tomar la decisión de lanzar un penalti es una acto absolutamente individual, el resultado del lanzamiento afecta a todo el equipo y a sus aficionados. Una responsabilidad. Una responsabilidad que es doble ya que el lanzador, que ha tenido que dar ese paso adelante, ha sido el elegido de entre todos los que dieron el mismo paso. Gianniotas tomó el balón en sus manos, lo acarició, lo mimó en un intentó -inútil, estéril, pero así son las cosas del fetichismo-  de encontrar la complicidad con esa bola de cuero. Al partido no le quedaba mucho y anotando, era consciente el griego, el fiel de la balanza se habría inclinado definitivamente hacia el lado blanquivioleta. Los aficionados, disculpable, ya contaban con los tres puntos en su clasificación mental. Algunos jugadores –imperdonable- parece que también. De ahí que en pocos segundos todo se voltease. El siete pucelano, sin embargo, erró el tiro. En ese instante, solo en ese instante, las cosas aún pintaban bien. Objetivamente, había poco de qué preocuparse: el Valladolid iba ganando, faltaban apenas veinticinco minutos para que el capítulo se cerrase y enfrente estaba uno de los peores equipos de la categoría, uno de los que, salvo milagro, tendrá que picar piedra la próxima temporada en el subsuelo de la Segunda B.
Solo en ese instante, porque mientras Gianniotas se lamenta del fallo y los aficionados aún se frotan los ojos por la ocasión de certificar lo hasta entonces conseguido, Luismi da una patada a la balanza y gira el sentido del fiel. Los ojos cerrados del griego no le permiten ver que lo peor está en camino. En un minuto se pasó de haber ordeñado la vaca a arrojar la leche por el albañal. El desacierto del griego, por supuesto, no le afectó solo a él. Su mala ejecución modificó el estado de ánimo y repercutió en los hechos posteriores. La alevosa patada de Luismi fue consecuencia de haber creído que el gol sería gol antes de que se produjese, de una frustración mal digerida. Pero una cosa es entender que un hecho vaya concatenado a otro previo y otra que lo justifique. Lo de Luismi de ayer no hay por dónde cogerlo. Gianniotas, en sus frustración, estira hacia arriba el pantalón dejando marcados esos atributos masculinos a los que con tanta frecuencia se reclama al atribuírseles, siquiera metafóricamente, un poder omnímodo. Resulta, sin embargo, que si algo distingue al ser humano de otras especies, es la capacidad de raciocinio. Mientras el griego aprieta la ropa que tapa sus genitales, el casco de Luismi, de la misma manera, debió de apretar su cerebro impidiendo que el pensamiento saliera fuera, abotargar su entendimiento en ese segundo funesto.
Aun siendo así, aunque el gaditano se lleve la palma, cabe mirar más allá: jugar con diez es un impedimento, pero no puede ser una excusa. Y no es la primera vez, ya pasó frente al Numancia que esa dificultad se convirtió en montaña. La semana pasada, el Huesca nos demostró en nuestra cara que no tiene que ser así. Luismi, sí; pero los demás que no se escondan.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-02-2018

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