Hace unas pocas semanas, Mariano Rajoy se felicitaba por el apoyo
recabado de la premier británica Theresa May en lo concerniente al asunto
catalán. El presidente del Gobierno se vino arriba y lo quiso agradecer
especialmente ya que provenía de “la cuna del parlamentarismo y la legalidad”.
Le tuvieron que corregir, la propia UNESCO en 2013 atribuyó al Reino de León “el origen del sistema representativo parlamentario
actual y de la democracia” por las Cortes celebradas en 1188.
El historiador Claudio Sánchez Albornoz
discutía esa primacía argumentando que, si bien aquellas cortes fueron las
primeras de las que existe constancia escrita, hubo otro parlamento, castellano
este, celebrado un año antes en el que representantes del pueblo llano fueron
llamados a debate.
Tanto da para lo que me atañe en este
caso si el primero fue uno u otro. La triste realidad es que a uno le corroe la
sensación de que de estas tierras está quedando sepultada hasta la historia. En
aquel error de Rajoy atribuido a un imposible lapsus -falta cometida por
descuido- se encierra la mezcla de un extendido papanatismo con el olvido
interesado de una comunidad por las que si viajan trenes y se construyen
autovías es porque pilla de paso.
Pero no echemos balones fuera, buena
parte de la responsabilidad recae en nuestras espaldas. Es difícil que algo se
conozca fuera cuando no existe interés en conocerlo dentro. Es imposible que se
construya algo sólido dentro cuando la preocupación nos lleva siempre a mirar
hacia fuera. Castilla y León, a medio camino entre el accidente
geográfico y la simple gestora del papeleo administrativo, nunca se creyó a sí
misma. Sus fronteras se forjaron con martillo y cortafríos como ente para, en
aquel café para todos, servir como coartada y freno a los deseos de autonomía
de otros territorios. Así, este agregado de nueve provincias nunca terminó de
considerarse una comunidad. Así, el Partido Popular, que pronto comprendió esta
disfunción, encapsuló el territorio y fue capaz de convertirse a la vez en
gobierno y oposición, de comerse el terreno y el debate. Los demás, en
paralelo, simplemente bailaban la música que tocaban. Así, conscientes de la
inmunidad que garantiza el que casi nadie ponga el punto de mira en algo que no
se termina de saber qué es, los gobernantes se fueron sucediendo en medio de un
ensordecedor silencio. Silencio que solo es capaz de romper Rajoy cuando habla
de lo que ocurrió hace más de 800 años.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-02-2018
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