jueves, 23 de noviembre de 2017

BOINA SOBRE LA CIUDAD

No puedo dar una opinión de primera mano porque hace mucho que no subo a un avión, pero, si hago caso a lo que me cuentan, a Madrid, desde arriba, no se le ve. Resulta que la capital del reino aparece coronada por un gran bonete negro que le cubre toda la cabeza. En esto ha debido consistir el progreso, en el abandono progresivo de las boinas individuales para instalarse debajo de grandes chapelas colectivas. En menor o mayor medida, este manto de mierda recubre todas las grandes ciudades. Pero no nos engañemos, esa contaminación visible no es el mal, sino el síntoma de la enfermedad provocada por nuestra forma de producir y consumir. Un modelo que es inexorablemente centrípeto, requiere la concentración humana en núcleos de población inabarcables para producir más barato, a la par que conlleva la dilapidación de unos recursos energéticos y naturales de los que ya se vislumbra su fin.

Eliminar esa boina supondría una indiscutible mejora en las condiciones de vida de millones de personas pero las consecuencias del problema de fondo, el modelo productivo depredador en el que vivimos instalados, simplemente se postergarían. Bienvenidas sean pues las medidas que se plantean para reducir el tráfico rodado, pero no nos equivoquemos, no son más que parches.

La voz de alerta ya viene de lejos, pero da la impresión de que, más allá de declaraciones grandilocuentes, poco se hace para intentar -ya no digo revertir, sino- paliar algo la situación. Poco se hace y poco se puede hacer ya que vivimos chantajeados por ese modelo productivo que nos amenaza con una dura caída sobre el asfalto si dejamos de dar pedales a su bicicleta. Tenemos claro que esta dinámica nos proporciona pan para hoy a cambio de hambre para mañana; la alternativa, sin embargo, suena a hambre ya para hoy porque no somos capaces siquiera de imaginarla. Cambiar la dinámica no parece posible por falta de instrumentos: no cabe la reversión democrática, no hay política que se soporte en la actualidad sin la complicidad del poder económico y este no tomará decisiones que le pongan en cuestión. Hasta que todo reviente. Entonces cambiaremos el modelo, aunque solo sea por obligación. Hemos oído con frecuencia que el planeta está en peligro. En realidad, ese es el peligro, una visión androcentrista que confunde el planeta con el hombre. Este planeta seguirá dando vueltas. Con o sin boinas.

 Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-11-2017

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