lunes, 4 de septiembre de 2017

La visión del cuerpo completo nos permite, a primera vista, intuir una cierta tensión entre sus partes. Parece que las piernas hablan de una cosa; mientras los ojos, a la par, se empeñan en contradecirlas y lanzan un mensaje completamente opuesto. Las primeras, según van sintiendo que se doblan, se afanan en evitar la caída, en volverse a erguir. Los segundos, elevados, como ausentes, siguen mirando al frente como si el resto del cuerpo estuviera en plena disposición de ejecutar las órdenes que, auspiciado por esa visión, el cerebro se empeña en enviar. 
La visión del cuerpo completo, decía, nos permite constatar las contradicciones a las que todos, individual o colectivamente, estamos expuestos. Una práctica que parece -quizá siempre y en todo lugar fuere así- en desuso en esta España nuestra. Hoy, aquí, aparecerían mil fotos de esos ojos intensos y altivos acompañadas de textos encomiásticos que serían repicados por los corifeos en cuanto tuvieran ocasión. En paralelo, aquí, hoy, se publicarían otras mil imágenes de las piernas subtituladas con renglones vejatorios que pondrían el acento en la debilidad de todo el organismo y que, también, encontrarían sus adalides de la causa. De esta forma, mientras los unos cantan las glorias, los otros responden con las miserias. Un día, otro... 
A veces ocurre, sin embargo, que esos mensajes figuradamente opuestos solo lo son en apariencia. Para constatarlo se necesita visión global -al menos voluntad de tenerla- y un poco de pausa. En una segunda mirada, los ojos de Michel ya no muestran desapego con sus piernas. Estas, sí, aparecen dobladas, pero quieren alzarse para recomponer la figura. Aquellos, por si acaso, van haciendo su trabajo: otean, escrutan, buscan un camino y proyectan la información al cerebro para que este elija la mejor opción y lance la orden en el momento oportuno. Tal vez. Michel cayese, y la labor de los ojos pueda considerarse estéril. Tal vez no, y el empeño de los ojos en dedicar al trabajo ese tiempo de espera otorgó el margen de unas pocas décimas de segundo. Un tiempo ínfimo pero suficiente para marcar la ventaja en la acciónconsecuente. Merece la pena el esfuerzo de diez intentonas con que una vez el jugador consiga mantenerse erguido.  
Lo que no tiene remedio, al menos en este instante, es la situación de Aveldaño. Al tinerfeñista, batido y abatido, solo le queda mirar y encomendarse a no se sabe qué. La cosa del presente ya no va con él. Poco antes, había pretendido ser un obstáculo pero no había consiguido cumplir su misión. No hay contradicción posible, su rictu, más ansioso que expectante, acompaña a su cuerpo derribado. Su suerte ya no depende de él.  

Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-09-2017

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