Imagen: Rosi Casares |
Cuidado que el ser humano ha descubierto cosas desde que es ser humano,
pero ninguna, ninguna, le ha influido tanto en lo consciente y en lo
inconsciente como el invento del automóvil. En poco más de un siglo, el ‘coche’
ha trastocado, para bien y para mal, todos los órdenes de nuestras vidas. Si miramos
a nuestro alrededor podemos comprobar cómo ha influido en todo lo que nos rodea,
lo cercano y lo lejano. En principio, tras su aparición, las ciudades se fueron
moldeando para darles cabida: hubo que ensanchar las calles para que los coches
pudieran pasar y, en paralelo, se fue arrinconando a los peatones para que no incordiasen.
Los edificios que molestaban se derribaron. Ya lo advirtieron Faemino y
Cansado: “Qué listos eran los romanos, que cuando hicieron el Acueducto de
Segovia dejaron huecos para no convertirlo en obstáculo y que los coches
pudieran pasar el día de mañana”. Así, las trazas urbanas cambiaron
meteóricamente. Posteriormente, con el coche interiorizado, la distribución de
los usos de las ciudades le convirtió en obligatorio. Nada, ni público ni
privado, se diseñó sin el coche entendido como condición previa. Todo -el
hospital, la nueva vivienda, el puesto de trabajo, el comercio- , de repente, estaba más lejos. Mucho más
lejos pero, eso sí, a cinco minutos en coche.
De lo cercano a lo lejano, si levantamos la mirada, comprobamos también
que la geopolítica actual no se podría explicar sin la ingente necesidad de
abastecimiento de petróleo para alimentar los motores. Las antiguas guerras
utilizaban la religión o el nacionalismo como coartada para la conquista; en las
de los últimos años, el acceso al oro negro es la causa última, por más que se revistan
de guerras civilizatorias. El petróleo es el punto de aplicación de los
vectores que indican el movimiento de buena parte de las alianzas globales.
Decir Venezuela o Arabia Saudí es lo suficientemente explícito.
De lo lejano a lo más cercano. Ha sido suficiente una corta restricción
del acceso al centro de Valladolid para demostrarnos nuestra dependencia
emocional del automóvil como si de una droga se tratase. Tres días, casi una anécdota, han sido
suficientes para que la medida no se valorase como medida sino como fin. Parece
que sin el exceso del uso del coche no sabemos vivir; sin pinchárnoslo en vena,
no podemos vivir.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-06-2017
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