lunes, 5 de junio de 2017

PUCELANIAN RHAPSODY

Mientras por estos lares faltaban apenas tres semanas para que se muriese en la cama el dictador Franco,  una banda aún desconocida que respondía al nombre de Queen presentaba su disco ‘Una noche en la ópera’. Los cuatro chavalejos iconoclastas que componían el grupo inmediatamente gozaron de un reconocimiento internacional que jamás perderían. El disco nacía con buen pie desde la elección como nombre del título de una de las más geniales películas de los hermanos Marx. Pero más allá del homenaje,  el aldabonazo que les abrió todas las puertas de la gloria futura lo dieron con una de las canciones que integraban dicho álbum: Bohemian Rhapsody. El tema, desde luego, desconcertó tanto por una letra aparentemente hermética como por una composición musical que va dando saltos de un estilo a otro. Muchas vueltas ha dado la Tierra desde el día de su estreno  y aún hoy siguen surgiendo teorías que pretenden abordar el significado de la letra. Están desde los que la entienden de una forma más o menos literal y la asocian con el relato de ‘El extranjero’, una de las obras emblemáticas del escritor franco-argelino Albert Camus, hasta quienes –en la confesión a la madre del asesinato de un hombre– interpretan que Freddie Mercury se refería a él mismo como el asesinado y pretendía así hacer pública su homosexualidad. La música, por otra parte, hacía honor al nombre de la canción: efectivamente se trataba de una rapsodia al modo de los románticos del XIX: de una composición formada por partes bien diferentes que se unían a gusto del autor. La canción arranca con un canto a capela, inmediatamente entra el piano para dar paso a una balada, el sonido sube en intensidad y arranca un solo de guitarra que de pronto cae para dar paso a un minuto de ópera que se cierra abriendo la puerta al rock que a su vez va dejando de ser para volver al inicio.  
Los Queen consiguieron con una letra de apariencia incoherente y con tal cantidad de estilos musicales un conjunto perfectamente armonioso. Cosa nada fácil, vean si no a uno de los que pretenden imitarles: el Real Valladolid. La letra de su trayectoria es igualmente ardua, no sabemos a qué se refiere. Parece que quiere jugar tocando el balón pero no queda claro si hay que entenderlo en sentido literal o metafórico. El estilo musical, de la misma manera, va dando saltos. Un partido suena con la armonía de una balada, el siguiente parece un concierto de rock y, de repente, el de después no llega ni a canción pegadiza del verano. Para superar a Queen, para aumentar la dificultad del reto, ni siquiera sabemos cuándo va a sonar uno, cuándo otro, cuando saldrá un gallo y cuándo llegará el petardazo veraniego. 
Hace quince días, cuando nos las prometíamos felices, llego el inesperado tropezón vocal en Miranda. Hace tan solo siete, el Pucela calentó las cuerdas vocales y nos ofreció una más que digna balada. Pero cuando correspondía el salto a la excelencia de la ópera o a la fuerza rockera, a los blanquivioletas no les sale más que un temita que enseguida fue acallado por dos solos de batería del rival: un Reus al que, a priori, solo se le otorgaba el papel de telonero. 

Con lo que había costado conseguir ese privilegio de depender de sí mismo, qué fácil se ha ido. El Pucela cayó ‘atrapado en un deslizamiento de tierra’.  Mal día para preguntarse si ‘esto es solo la vida real o es solo fantasía’. Queda un último intento, ahora que Villar se ha –o le han– borrado, la posibilidad de tener posibilidades depende de una carambola.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-06-2017

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