Puede parecer una cuestión menor, y no deja de serlo, pero la decisión
tomada por varios ayuntamientos, entre ellos el de Valladolid, que atribuye a
los vecinos la potestad de decidir cómo se reparte una porción del pastel
presupuestario encierra potencial suficiente para desarrollar un ensayo de
ciencia política. No me refiero al análisis metodológico del ‘cómo’, que
también podría ser, sino a la trascendencia social del hecho en sí mismo. Desde
luego el asunto abre diversas sendas para emprender el camino de la reflexión.
La primera es casi ontológica -¿qué (o quiénes) son ‘los vecinos’? Es
obvio que no será escuchado todo el mundo aunque solo sea porque buena parte,
una inmensa mayoría, no tendrá ninguna intención de expresar nada. Ocurrirá,
por tanto, que habrá, por decirlo de alguna manera, un segundo nivel de
representación: el de los pocos vecinos que opinan. ¿Para eso no vale el
primero, los cargos públicos directamente elegidos? Valer, entiendo, valdría,
pero serviría para dotar de validez a dos creencias falsas. Por un lado, que la
sociedad es estática; por otro, que la obligación de los ciudadanos sería la de
mantenerse al margen de cualquier asunto social entre elección y elección. De
la mano viene otra pregunta ¿No se les paga a los electos por tomar decisiones?
Sí, claro, pero decidir así es también una tomar una decisión que, más que
restar trabajo, lo da.
La segunda senda es de intenciones: eso de los presupuestos
participativos puede ser tanto una simple adecuación nominal a la moda
imperante de lo que siempre se ha hecho, como representar un cambio de
paradigma. No es nuevo, para nada, la
realización de reuniones entre organizaciones políticas y diversos colectivos
sociales en las que estos presentan sus propuestas que, en buen número de
casos, aparecen posteriormente reflejadas en los presupuestos. Si la cosa queda
ahí, no harían falta muchas alforjas para el viaje.
La tercera es de comunicación. Política, además de los hechos, es la
transmisión de estos, ya que la manera en que se cuentan las cosas genera
cultura política. En este sentido, el concepto de ‘presupuestos participativos’
puede generar una distorsión que acarree un problema derivado: que cualquier
ocurrencia tenga el mismo peso que las propuestas muy trabajadas y elaboradas
colectivamente, o sea, las que ya han pasado por diversos tamices y que, en
consecuencia, se desincentive el trabajo asociativo.
La democracia es un adolescente muy delicado al que también se puede
hacer daño mimándole en exceso.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-06-2017
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