domingo, 28 de mayo de 2017

HOY ES EL DÍA

Una de esas tardes en que Mafalda se ponía espléndida, se acercó a su padre y le asaeteó con una pregunta de esas que congela primero el aire y luego el alma. El hombre empezó a temblar, bien la conocía, en cuanto comprobó que la niña en su andar decidido se encaminaba hacia él. Hay cosas a las que uno no se acostumbra por más que repitan. Cada pregunta de la niña le recordaba las sensaciones de quien se enfrenta a un examen. «Decime, papá, ¿en tus tiempos se vivía mejor que ahora?» Touché. ¿Qué decir? Debió (de) pensar el hombre. Si digo esto volverá con aquello; si digo aquello, me saldrá por peteneras. Todos los caminos que inventaba chocaban con un muro que cerraba el paso. Ya que no iba a encontrar una respuesta con la que dar conformidad a la curiosidad de la niña, por lo menos habría que intentar salir airosamente del paso. Resopló. «Bueno... No había tantas armas nucleares, ni tanta subversión, ni tantos líos raciales...». Observó la cara de la niña, dedujo que la respuesta no había llegado al aprobado. Desarmado, vencido, se encogió de hombros esperando la nota. «¿Qué querés que te diga?». Mafalda no tardó en redactar la sentencia. «Quería que me dijeras que estos todavía son tus tiempos». Ni en firmarla. «Veo que ya estás medio ¡ñac!». El hombre se sentó completamente abatido en el sofá embobado en sus pensamientos. Eran otros tiempos, eran otros tiempos, los míos eran otros tiempos. Por más que la niña se empeñe, los tiempos me han empujado afuera hasta no comprender el  sentido actual de giro. 
Le entiendo porque a mí me pasa, porque me reconozco más en el antes que en el ahora, porque no sé qué se vende en dos de cada tres anuncios de la tele. Antes podría ser un inadaptado, que no digo que no, pero lo era, o quería serlo, frente a un mundo que conocía; ahora observo lo que pasa como la vaca que mira el tren. 
Echando la vista atrás es fácil constatar que el hoy de hoy nada tiene que ver con el de hace 20, 25 o 30 años. El fútbol es una clara muestra de ello, hemos pasado de los Camachos a los Ramos, de los Caldereres a las Neymares. El fútbol de los ochenta murió por la enfermedad de la tele. Mejor dicho, de la consciencia de que se juega para la tele. Aun así, de tanto en tanto, aparece un algo que te retrotrae a aquellos tiempos en los que al fútbol se jugaba. Un ‘algo’ que en este Pucela se llama Álex Pérez. Podrán decirme que soy un oportunista, que lo reseño hoy que ha marcado. Les doy mi palabra de que antes de su gol tomé una nota de esas sinópticas que me sirven como material previo que decía: «Álex, pase lo que pase, hoy es el día». Recalcaba que ‘es el día’ porque a lo largo de la temporada había anotado varias veces el nombre del central y nunca encontraba el espacio o el momento y no quería que pasara la temporada sin dejar constancia de mi admiración por tíos así, de los que hacen bien su trabajo sin más alharacas. Podrán decirme que hay muchos de esos, puede ser, pero entre el resto y Álex existe una diferencia sustantiva: el central rarísimamente se equivoca y ello es debido a la asunción de sus limitaciones.  Es lo contrario a un virtuoso, no es nada técnico, ni rápido ; pero tiene una virtud impagable: no intenta lo que sabe que no sabe y así nunca queda en evidencia ni trastoca la labor de sus compañeros. No busca el foco, no trata de lucirse. Álex es ese pueblo que permite crecer a cualquier sociedad haciendo bien lo que sabe hacer y aportando a su causa todo lo que tiene. Sin reclamar su cuota de protagonismo ni mostrar el dorsal. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-05-2017

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