domingo, 14 de mayo de 2017

HAY ALGO, LLEGA EL MIEDO

No es extraño que en la mayoría de los cuentos clásicos, esos que se transmiten oralmente de generación en generación, entre el elenco de personajes aparezca ‘el lobo’ o ‘el ogro’. No se trata de ogros o lobos cualesquiera, no;  lobo y ogro se presentan precedidos de un artículo determinado, ese ‘el’ que les dota de entidad propia. Así, ‘el lobo’ y ‘el ogro’ dejan de ser un animal o un gigante inconcreto para encarnar en un solo ser la esencia de la maldad, la maldad misma, que acecha.
 No es extraño, decía, que en casi todos los cuentos aparezca uno u otro. En estos relatos fantásticos, recreaciones de la mente humana, se condensan buena parte de sus emociones y entre ellas, en un lugar de privilegio, siempre encuentra acomodo el miedo. Ambos personajes son los encargados de jugar ese papel, el de advertir de los peligros, Caperucita, Pulgarcito, si camináis solos por el bosque...  
En el caso de ‘Pedro y el lobo’ se riza el rizo: en esta historia se nos advierte de los peligros que puede producir la banalización de los riesgos a los que estamos sometidos. Vamos, que el autor avisa de la importancia de mantenerse alerta y muestra su creencia de que lo que nos debería producir miedo es vivir sin tener miedo. La primera parte del cuento, cuando el pequeño pastor dando voces reclama auxilio ante la llegada del lobo, relata cómo se aviva ese miedo en el pueblo. Un miedo necesario porque permite generar las armas que combaten la causa que lo produce.
El crío repite la broma sobresaltando de nuevo a sus vecinos. El mal sigue ahí pero la frivolización, los juegos del muchacho, ha servido para bajar las defensas de sus paisanos, para que perdieran el miedo. Lo que antes les asustaba, ahora no es más que el reclamo de una broma. Al tercer intento, nadie acude. Pero esta vez, el lobo sí lo hace y nadie puede evitar las fatales consecuencias.
Es difícil discutir la importancia del miedo a la hora de forjar de nuestros caracteres, más difícil aún no comprender que la suma de miedos individuales origina sociedades en las que ese propio miedo configura buena parte de las respuestas colectivas. Levantar la mirada y analizar lo que está ocurriendo en Europa lo pone de manifiesto -da la sensación de que estamos rodeados de lobos y de ogros-, todo lo que ocurre se puede explicar a partir de los diferentes miedos que sacuden a sus sociedades: miedo a la globalización, miedo a los que vienen de fuera, miedo a los diferentes, miedo ante el futuro…
Algunas de las respuestas, a su vez, avivan otros miedos. Las elecciones presidenciales de Francia lo han dejado clarito: la finalista Marine Le Pen ha crecido gracias a su capacidad para multiplicar los miedos. Sin embargo, las respuestas a las respuestas, sobre todo en el ámbito de la izquierda, han sido demasiado tibias. Se ha utilizado –como Pedro- tantas veces el nombre del fascismo en vano, que cuando el de verdad ha asomado la patita no se ha sabido diferenciarlo bien.
El miedo protege, pero también, ya vemos, atenaza. Voluntaria o involuntariamente, los ogros y los lobos son parte de nuestro acervo cultural. Lo tenemos todos grabado en la piel, pero con los aficionados al fútbol a alguien se le fue la mano. Vean si no: el aficionado blanquivioleta tiene miedo ahora a perder lo que hace tres semanas había dado por perdido. Hasta hace cuatro días daba la sensación de que la temporada ya había concluido para el Real Valladolid, la del 2017 era la historia del enésimo fracaso pucelano. Tras la debacle de Sevilla ya no quedaba nada en la cajita de las ilusiones. Tres partidos, diez puntos, ha sido el transcurrir necesario para que la visión cambie radicalmente. Fabulamos, nos vemos en la promoción, cerramos los ojos e imaginamos la bolita del Pucela en el próximo sorteo del calendario de Primera División. El cajón de las expectativas se ha vuelto a llenar y cuando hay algo, aunque el contenido sea tan etéreo como las ilusiones, surge el miedo. Habrá que asumir que esto es así, que en el fútbol nunca se banaliza con ello, que este pánico solo desaparece cuando desaparece la esperanza. Ahora esa puerta se ha abierto de par en par: el Valladolid, mucho tiempo después, vuelve a ser dueño de su propio destino. A los aficionados les ha vuelto el miedo.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-05-2017

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