lunes, 27 de febrero de 2017

¿QUÉ QUIEREN QUE LES DIGA?

La realidad es algo complejo que se explica –siempre a posteriori–,  de una forma simple. Pero no debe ser tan fácil entenderla. La prueba es que nadie, salvo por casualidad y en contadas ocasiones, adivina lo que va a acontecer en los días posteriores. No es tan fácil porque el material con el que se teje lo complejo está formado por tantos hilos que es imposible  saber la forma y el color hasta que no vemos el paño. Después, ya digo, cuando tenemos el producto elaborado delante de nuestros ojos, resulta sencillo explicar por qué ha resultado así. La economía, sirva de ejemplo, es una de estas materias enrevesadas. Quienes se dedican a su estudio se desenvuelven con absoluta maestría en esta materia de intentar adivinar, errar y, sin ponerse ‘coloraos’, explicar de forma convincente, pero más tarde, las razones por las que no atinaron en sus predicciones.  La culpa de esa distorsión entre lo aventurado y lo producido se debe siempre, faltaría más, a  un factor imprevisto, ese hilo con el que nadie contaba, que se presenta en la fiesta sin que nadie le hubiera llamado.
Si esto es así para esta gente de la economía que tiene sus estudios y analizan miles de informes con millones de datos, ya me dirán qué sentido tiene hacer caso a las soluciones de barra de bar, esas simplezas que se gritan entre vino y vino para el que quiera oírlas y para quien no, que resuelven cualquier problema por intrincado que este sea en apenas dos minutos. Bravuconadas intrascendentes más allá del calor que dan al bar si no fuera porque de tanto en cuanto, siempre en época de vacas flacas, dichas simplezas se multiplican. Al poco, nunca falta quien lo convierte en teoría política y se erige en paladín repitiendo aquel vacío argumento con un tono que suena infalible. Pero nunca  nada en lo que participe el ser humano es tan sencillo.
Fíjense, hasta intuir lo que va a ocurrir en un partido de fútbol. Existen tal cantidad de factores que desconocemos que convierten en estéril cualquier intento. Once jugadores, los del Pucela, en un lado; otros once, los del Lugo, en el otro. Juegan los primeros cuarenta y cinco minutos y aunque el resultado señalase un empate entre ambos contendientes, era evidente que el Valladolid estaba siendo muy superior y que el triunfo llegaría aunque solo fuera por inercia. Quince minutos después aparecen las mismas veintidós personas, en el mismo campo y cabe suponer que el mismo balón o uno idéntico. Pues resulta que con las mismas piezas, lo ofrecido es radicalmente distinto. Como si a los blanquivioletas de sopetón se les hubiera olvidado jugar y fueran ahora incapaces de ejecutar lo que anteriormente mostraron que sí sabían; como si por algún tipo de ensalmo, los lucenses fuesen capaces de coordinar acciones que antes les resultaban imposibles. Luego, ya digo, en el bar, todos jugamos a ser entrenadores y tenemos claro, clarísimo, qué equipo titular pondríamos y cómo jugaríamos para resultar invencibles en cuantas contiendas participásemos. La suerte es que todas esas palabras van al aire y se desvanecen porque si existiera un mundo paralelo en el que pudiésemos ver lo que ocurriría si las cosas se hubieran planteado de la manera que decíamos nos daríamos cuenta de lo errados que estábamos. Luego, eso sí, podríamos, como los economistas, justificar las razones del yerro. Yo, hoy, no llego ni a ese nivel. Tras la primera parte, era de los que tenía claro que el Pucela ganaría. Una penosa segunda mitad desmintió con rotundidad mi vaticinio. Me incorporo, o tal vez ya lo estaba, al grupo de los torpes. El lugar en el que habitamos los que no sabemos explicar lo ocurrido ni después de haberlo visto.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-02-2017

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