domingo, 18 de septiembre de 2016

EL FUSIBLE Y EL CIRCUITO

Las respuestas a los «¿qué ha ocurrido para que esto haya terminado así?» suelen limitarse al alicorto estudio de los últimos acontecimientos, al apunte del postrer error que ha servido como elemento detonador que ha permitido que todo salte. Con estos diagnósticos se pretende encontrar el fusible quemado sin cuestionar qué ha producido el incremento de tensión en el circuito, buscar un culpable obviando las razones que condujeron a tal tesitura. No está de más este tipo de estudios, pero han de venir de la mano de otros que abunden en el recorrido para llegar hasta ese punto previo. Si analizamos, por ejemplo, los hechos que están propiciando que avancemos hacia un año completo sin que nuestros parlamentarios hayan sido capaces de formar un gobierno, podemos caer en esta trampa: la de buscar un culpable inmediato y visible. De esta forma se resuelve el asunto de un plumazo. Para unos, los culpables serán los otros; para los otros, serán los unos y para el resto, serán todos los políticos por ser incapaces de ponerse de acuerdo. Unos, otros y los demás tendrán parte de razón, pero a todos les faltaría ese «ir más allá», esas razones que han producido la subida de tensión. En este caso, existen al menos dos factores que han propiciado este «llegar hasta aquí». Por un lado, el modelo electoral que, hijo de la transición, está diseñado para habilitar un bipartidismo, para la coexistencia de dos organizaciones. La aparición de dos nuevas produce el colapso, el nuestro no es un diseño eficaz para cuatro. Por otro, las razones que llevan a la gente a acercarse a la urna no son, en muchos casos, para que gobierne la opción elegida, sino para que no lo hagan las demás. Es aquello de votar con la nariz tapada, de las apelaciones al miedo. Esto lleva a que ninguna organización esté en disposición de pactar con nadie, al entender que sus votantes pueden sentirse traicionados.
El gol del UCAM en los minutos de descuento produjo en Zorrilla una profunda sensación de bajonazo, el silencio inmediato fue demasiado elocuente. Cabe realizar el análisis alicorto –repasar la jugada y quedarnos con que si Becerra salió mal o Lichnovsky se dejó comer la tostada– pero aportaría poco, además de ser injusto con los dos jugadores citados. La realidad va más allá: el Pucela no fue capaz de imponer su fútbol a lo largo del partido –lo que permitió a los murcianos llegar con opciones de triunfo hasta el último momento– ni de gestionar bien las emociones en la última fase. Aquí, cuando el tiempo parecía consumirse, apareció el ansia que produjo la precipitación y el colapso. Los paripés de los jugadores del UCAM tirándose al suelo para perder tiempo (no lo tomen como crítica a este conjunto, es práctica generalizada) les sirvieron además, para incrementar el desasosiego y la pérdida de concentración de un rival que mordió el anzuelo. Pero todo venía de antes, de cuando el Valladolid no supo elaborar y abusó del intento del pase definitivo. A pesar de ello fue capaz de crear cinco claras ocasiones, cuatro desperdiciadas por un desafortunado Jose. En fin, pese a la derrota, no hay motivo para que salten las alarmas, tiene pinta de que esto se enderezará antes de que veamos elegido un nuevo Gobierno.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-09-2016

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